Ser madre

Ser madre es sacrificio, amor incondicional y el sentimiento de querer dar a tu hijo unas raíces fuertes y profundas para que pueda volar. Sin embargo, tal y como decía Santa Teresa de Calcuta:

«Enseñaras a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñaras a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñaras a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo, en cada vuelo, en cada sueño, en cada vida, perdurará siempre la huella del camino enseñado»

Ser madre es una de las experiencias  que más va a cambiar tu vida. Cuando somos mamás nuestro orden de prioridades en la vida cambia. Porque ser madre no es sólo cambiar pañales, dar biberones y estar pendientes de nuestro retoño las 24 horas del día los 7 días de la semana.

Ser madre significa cambiar tus prioridades, tu tiempo y tu foco, significa dar todo tu corazón y tu energía a ese pequeño ser del que eres absolutamente responsable y al que tienes que enseñarle como vivir y que desde que nace se convierte en tu razón de ser por el resto de tu vida.

Con él  vamos a experimentar sentimientos ambivalentes. Por un lado orgullo, a medida que se va haciendo mayor y, al mismo tiempo, dolor, a medida que tu pequeño crece y cada día te vas sintiendo menos necesaria para él. Sabes que al igual que has hecho tú , llegará el día en que  finalmente pruebe sus alas y vuele, y volará con él la sensación de que es una prolongación de tu mismo ser. Lo que en muchas ocasiones no nos es fácil de asimilar.

El amor de una madre es el único amor en la vida que es absolutamente incondicional. Nuestro pequeño se convierte en un maestro en el arte de enseñarnos está incondicionalidad. Desde el momento en que sentimos a nuestro pequeño en nuestro interior estando embarazadas, ya les amamos con todo nuestro corazón. Si no fuese así, nos resultaría realmente insufrible todo  el cambio físico y emocional que se opera en cada una de nosotras estando embarazadas y el miedo ante el parto. Pero en el momento en que vemos la carita de nuestro pequeño o pequeña, nace en nosotras la convicción de que siempre haremos lo que sea necesario para protegerle de todo mal.

La maternidad no es un estado de permanente dicha, pues nos vamos a enfrentar a múltiples situaciones en las que lloraremos como nunca. Deseamos fervientemente hacer las cosas de la mejor forma posible para nuestros hijos. Pero nadie nos prepara para lo que nos va a llegar, para ese maremoto de emociones tras el parto, esas inseguridades de estar haciendo lo correcto y el entorno, en muchas ocasiones, lejos de ayudar, nos genera más dudas e impotencia. El sentimiento de ser una mala madre de no estar haciendo bien las cosas, sobre todo si nos comparamos con el resto, lo hemos tenido todas. Ante esta situación, piensa siempre que tú eres tú y tu hijo es tu hijo. Nadie mejor  tú sabe o intuye lo que tu hijo necesita. Cada persona es diferente  al igual que cada bebé y  tú eres quien mejor conoce a tu pequeño.

Nuestros niños son nuestra fortaleza y nuestra debilidad al mismo tiempo. Fortaleza, porque en toda madre nace la valentía necesaria para proteger a sus hijos y debilidad, porque cualquier cosa que le ocurra a nuestro retoño, la vamos a vivir con mayor dolor que si nos pasará a nosotras mismas. Por eso nos es tan doloroso decirle NO, medir nuestras fuerzas con ellos, verles caer, abandonar  sus sueños o desaprovechar sus capacidades. Queremos que les vaya todo bien en la vida, pero también que aprendan de sus errores. Vemos mejor que nadie sus defectos, sin embargo, los aceptamos. Sabemos como se encuentran con solo mirarlos, las madres somos expertas detectoras de sentimientos en nuestros retoños.

En el momento en que somos madres, dejamos de pensar en nosotras mismas. Una madre piensa en dos cosas, en sus hijos y en ella. Sabe que sus hijos son su mejor regalo de vida, pero también se siente permanentemente responsable de sus errores y disfruta y se siente parte de sus aciertos. Es capaz de hacer los mayores sacrificios, sólo por ver a sus niños felices, ya sea quedándose a coser el disfraz para la actuación en el colegio o recorriendo toda la ciudad, porque a su pequeño le han pedido cualquier cosa en el colegio. Por no hablar de las noches de insomnio cada vez que le duele la tripita, está enfermo o simplemente tiene hambre o frío o cualquier otra cosa. Dejamos nuestras necesidades en segundo lugar, cuando de nuestros hijos se trata. Somos felices haciéndolos felices. Por eso es tan doloroso para nosotras mismas el establecimiento de límites, el decir NO.

No obstante, los niños necesitan también que les marquemos esos límites para que puedan crecer seguros, para que aprendan a adaptarse a cualquier situación en la que la vida les vaya poniendo, para que vayan madurando.

Ser madre es una de las tareas más exigentes de nuestra vida. Va a requerir de nosotras mismas grandes dosis de paciencia, sacrificio, poner límites, tolerancia,….., vamos a ser cuidadoras, consejeras, educadoras, amigas, y , en algunas ocasiones, tendremos a nuestros pequeños en contra. Pero seguiremos con todo el amor del mundo. Y es que ser madre  es, al mismo tiempo, una de las funciones más gratificantes, ya que no hay sentimiento comparable a oler a tu hijo, tenerlo en brazos, ver cómo se calma y te sonríe cuando llegas, sentir su amor. Es una relación única e irrepetible que, a pesar de sus dificultades, te llenará de VIDA y AMOR.